Anna Puigjaner es una arquitecta catalana. Co-fundadora del estudio MAIO, el nombre de Puigjaner saltó a las páginas de la prensa especializada en arquitectura hace algunos meses. ¿El motivo? Puigjaner había sido premiada por la Universidad de Harvard con el Wheelwright Prize 2016, un premio de 100.000 dólares por un proyecto de investigación sobre viviendas colectivas. Gracias a ese premio, la arquitecta catalana podrá, durante los dos próximos años, estudiar diferentes casos de viviendas colectivas construidas en Brasil, China, Corea, India, Rusia o Suecia. El cómo se organizan y distribuyen los espacios domésticos en las viviendas colectivas existentes en dichos países centrará la atención y el estudio de una Puigjaner que, en su proyecto, lanzaba una idea revolucionaria: la de proyectar la construcción de viviendas sin cocina.

La idea de construir viviendas sin cocina, que puede parecer absolutamente rompedora, tiene, según la propia Anna Puigjaner, unas bases históricas que la sostienen. La arquitecta catalana, que centró su tesis doctoral en el estudio del hotel neoyorquino Waldorf Astoria y en la construcción de una historia de la arquitectura neoyorquina a caballo de los siglos XIX y XX, ha recordado en alguna entrevista la existencia de cocinas colectivas con cocinero en los edificios de la Nueva York de finales del siglo XXI. Que las viviendas en aquel tiempo estuvieran equipadas en su mayor parte con una pequeña cocina no impedía que los vecinos del edificio se sirvieran del servicio colectivo de cocina. El que este modelo fuera copiado por la Rusia comunista hizo que el concepto de este tipo de construcción y organización del servicio doméstico se politizara y quedara asociado a la idea de una arquitectura de carácter comunista. Fue entonces cuando, en Nueva York, se empezó a potenciar la vivienda con cocina propia y cuando la publicidad que invitaba a la gente a comprar su propia cocina para la vivienda empezó a multiplicarse. De esa manera, la ciudad que ha simbolizado como ninguna otra la sociedad capitalista se distanciaba de lo que el “Stroikom”, el Comité para la Edificación de la URSS, había diseñado para, en la Unión Soviética, construir edificios para vida en comuna y con amplios espacios compartidos para que se estimulara “el crecimiento social del individuo dentro de los cauces de la colectividad”.

La propuesta de Anna Puigjaner puede despertar extrañeza en nuestra sociedad. La defensa que de la externalización de los trabajos domésticos hace Anna Puigjaner (estos trabajos serían realizados por profesionales que, lógicamente, serían remunerados por ellos) no parece tener demasiado predicamento en los barrios populares o entre buena parte de la clase media. Los gastos que sin duda supondría la externalización de los servicios serían demasiado elevados como para que este modelo de vivienda sin cocina se impusiera en nuestra ciudad y en las ciudades de su entorno. Y, sin embargo, hay lugares del mundo en los que múltiples servicios, incluyendo el de la cocina, están externalizados en determinadas comunidades. Puigjaner cita el caso de algunos lugares de Canadá. En estos, lo que a finales de los noventa empezó siendo la iniciativa de tres mujeres que deseaban reducir costes se acabó convirtiendo en lo que ahora es: alrededor de 1.500 cocinas colectivas a las que aquellas personas que quieran beneficiarse de sus servicios se puede afiliar pagando una cuota. En algunas de estas cocinas colectivas se encargan de cocinar los propios socios; en otras, cocina un profesional. Este tipo de modelo, explica Anna Puigjaner, se está extendiendo en algunos puntos de Australia.

Nuevas soluciones para nuevas necesidades sociales

Puigjaner confía en las posibilidades de éxito que entre ciertos sectores de la población podrían tener las viviendas sin cocina. Después de todo, señala la arquitecta, la familia convencional va perdiendo fuerza, porcentualmente hablando, frente a otras tipologías sociales de vida compartida. Estas nuevas formas de vivir implican nuevas necesidades sociales. Y dar respuesta a esas nuevas necesidades sociales o ayudar a satisfacerlas debe ser, también, función de la Arquitectura. Por ejemplo, en el mundo actual existe una figura nueva que no existía hace unos años: la de esos hombres o mujeres que, rondando ya los límites de la Tercera Edad y viviendo solos una vez que los hijos se han independizado, deciden cambiar sus grandes casas de las afueras por apartamentos más confortables en el centro. En esos apartamentos ubicados en el centro de las ciudades pueden estas personas encontrar múltiples ofertas de ocio y servicio. Llegadas a ese recodo de su camino vital, estas personas podrían estar interesadas, en caso de impulsarse su construcción, en la compra o el alquiler de una de estas viviendas sin cocina propuestas por Anna Puigjaner.

También podrían estar interesadas en las viviendas sin cocina los milennials, personas jóvenes y, sin embargo, bien asentadas económicamente que, o bien comen habitualmente fuera de casa, o bien se apañan comiendo cualquier plato calentado en un microondas. Este nicho del mercado podría estar interesado también en la compra de este tipo de viviendas siempre que las mismas estuvieran ubicadas en el centro histórico de las ciudades, allí donde la oferta de ocio y servicios es más alta y allí donde, desde el punto de vista de este sector del mercado, resulta más in vivir.

La propuesta de la arquitecta Puigjaner, chocante por estas latitudes, es vista con menos extrañeza en aquellos países en vías de desarrollo en los que, desde hace años, se están impulsando la gestión colectiva de las necesidades básicas. En dichos países hay comunidades en las que sus miembros o bien cocinan en grupo o bien gestionan en grupo las reparaciones de sus viviendas o bien, entre otras opciones, administran entre todos sus miembros un centro sanitario para la comunidad. En estos lugares, la vivienda sin cocina no es vista como una idea estrambótica. La idea de Puigjaner sobre las viviendas sin cocina tampoco es vista con extrañeza por los colectivos que deben atender asentamientos humanos vulnerables o situaciones sociales problemáticas. Para estos colectivos, las propuestas arquitectónicas que puedan servir para racionalizar y optimizar su trabajo diario son siempre bienvenidas. Sin duda, la de Anna Puigjaner parece ideal para cumplir dicha función.