4.500 euros. Por este valor, aproximadamente, quería vender el pintor Amadeo Modigliani a dos aristócratas británicos todo lo que tenía en su taller. Éstos, escritor el uno y pinto el otro, no llegaron a un acuerdo con el pintor que, un año después, moriría de tuberculosis. Los cuadros quedaron sin vender e iniciaron su tránsito por la historia.
Modigliani murió en enero de 1920. Dentro de pocos años se cumplirá el primer centenario de su muerte. Pues bien: han bastado esos casi cien años para que presumiblemente uno de los cuadros que formaban parte del lote que Modigliani quiso vender a dichos aristócratas británicos, exactamente el titulado Desnudo acostado, se haya convertido en el segundo cuadro más caro de la historia vendido en una subasta.
170,4 millones de dólares (o 158,4 millones de euros, como se prefiera) fue el precio que pagó un anónimo comprador por este cuadro que pertenecía a Laura Mattioli Rossi, hija del gran coleccionista milanés Gianni Mattioli, en la subasta que el pasado 9 de noviembre se celebró en la sala Christie’s de Nueva York.
Desnudo acostado se quedó a tan sólo 9 millones de dólares de la cotización alcanzada por el hasta ahora cuadro más caro de la historia: Les femmes de Alger (Versión O), de Pablo Picasso. Al alcanzar esta cotización, Desnudo acostado entra en un grupo selecto: el de obras de artistas que han sido valoradas en más de 100 millones de dólares. En ese grupo figuran artistas como Giacometi, Warhol, Munch y, por supuesto, Picasso.
En la misma subasta se ha vendido Nude, un cuadro de Roy Lichtenstein que, con un precio de salida de 80 millones de dólares, fue vendido finalmente por 95,3 millones.
Apenas un par de días antes era la otra gran sala de subastas de arte neoyorquina, Sotheby´s, quien conseguía vender por 67,5 millones de dólares el cuadro La Gommeuse. Obra de un joven Picasso (lo pintó con 19 años), este cuadro, al igual que el Lichtenstein y el Modigliani, destaca por su profunda carga erótica. El erotismo, así, se ha convertido en protagonista de dos subastas que han servido para alejar los fantasmas de un enfriamiento del mercado del arte.
El dinero para invertir sigue moviéndose y, en el mercado del arte, viene preferentemente de China. Si en los ochenta fueron los inversores japoneses quienes agitaron favorablemente el mercado del arte; ahora (y desde hace unos años) son los inversores chinos los que fijan su interés en este mercado. Cuando la burbuja inmobiliaria japonesa pinchó a principios de los 90, el mercado de obras de arte se resintió profundamente. En la actualidad se teme que el capital chino se retire de él, pero, de momento, y pese a la desaceleración de la economía del gigante asiático, el mercado del arte resiste, convirtiéndose en un indicador de cómo los inversores internacionales buscan oportunidades de inversión en cualquier rincón del planeta. Las inversiones que el capital extranjero está realizando en nuestro mercado inmobiliario y hotelero es una muestra de ello.