El MoMA de Nueva York ha dedicado una exposición a las construcciones de la antigua Yugoslavia. Dicha exposición sirve para comprobar hasta qué punto arquitectos como Bogdan Bogdanović, Milica Sterić, Juraj Neidhardt o Edward Ravinikar, entre otros, sirvieron para dar a regímenes como el del mariscal Tito una imagen apoteósica y demoledora que se fundamentaba, sobre todo, en el seguimiento de las líneas estilísticas de lo que se conoce como brutalismo.
¿De qué hablamos cuando hablamos de brutalismo? De una corriente arquitectónica creada fundamentalmente por el arquitecto suizo Le Corbusier. Le Corbusier, uno de los tótems de la Arquitectura del siglo XX, encontró en el hormigón su material arquitectónico preferido. Abundante y barato, los encargados de reconstruir la Europa arrasada por la Segunda Guerra Mundial se subieron al carro del brutalismo para convertirlo en la tendencia arquitectónica dominante en todo el mundo.
El brutalismo dejó tras de sí un extenso catálogo de edificios de colosales dimensiones que, acabados en su inmensa mayoría con el hormigón al desnudo, pretendían dar valor estético a su estructura y a sus elementos constructivos y hacer del material a lo bruto (de ahí el nombre de este movimiento arquitectónico), un sello distintivo del mismo. Entre los arquitectos que dejaron el sello del brutalismo por todo el mundo podemos destacar a Alison y Peter Smithson, a Marcel Breuer, a Richard Steifert o a John Bancroft, entre otros.
Si en algún lugar triunfó el brutalismo fue en los países comunistas. El brutalismo marcó la arquitectura social de los países del otro lado de lo que se llamó Telón de Acero. En los edificios brutalistas se plasmaba una concepción arquitectónica que se fundamentaba en el utilitarismo y la funcionalidad y en la que los artificios y los elementos superfluos no tenían cabida. En un edificio brutalista las geometrías angulares se vuelven repetitivas y no es difícil encontrar en sus muros y paredes las texturas de los moldes de madera que en el proceso de construcción del edificio sirvieron para dar forma a un material que, en la mayor parte de las construcciones brutalistas, es el hormigón.
Durante un tiempo, el brutalismo fue muy criticado por quienes veían en él lo peor de la arquitectura contemporánea. El brutalismo era rechazado tanto por los conservadores (veían el brutalismo como una corriente arquitectónica demasiado relacionada con el bloque comunista) y por los contraculturales de izquierdas, que buscaban un socialismo menos deshumanizado y más desligado de los imperativos dictatoriales de las cúpulas estatales. Para unos y otros, para liberales y para contraculturales de izquierdas o socialdemócratas, decir brutalismo era, en cierto modo, decir fascismo y hablar de un edificio brutalista era, de alguna manera, hablar de una especie de bunker gris y frío.
Esta visión negativa del brutalismo se ha suavizado en los últimos tiempos. Quizás debido a la crisis, quizás debido a la capacidad expansiva de las redes sociales, lo cierto es que el brutalismo ha hecho fortuna en estos últimos años. Cada vez son más las personas que lo reivindican y cada vez son más las que lo aplauden sin reservas. Para muchos de los defensores del brutalismo, éste posee una capacidad extraordinaria para superar las divisiones de clase. Es, por decirlo de algún modo, una corriente arquitectónica igualitarista. El brutalismo, dicen sus admiradores, es inflexible, y eso, aunque en un principio puede producir desencanto, es, básicamente, un símbolo de sencillez, algo muy valorado por quienes, lejos de ver en el brutalismo algo detestable, encuentran muy positivamente valorable, por ejemplo, que resulte visualmente tan impactante como resulta. Seguramente por eso el brutalismo brilla con luz propia en el tiempo de Instagram. Es difícil que una fotografía de un edificio brutalista no resulte impactante. Por eso hay cuentas de Instagram (New Brutalism o Brutal Architecture, entre ellas) dedicadas especialmente a este movimiento y por eso surgen obras como Un mundo brutal, una edición ilustrada del diseñador británico Peter Chadwick que es, en cierto modo, parte de un movimiento global que valora por encima de todo el aspecto escultórico del brutalismo y que se encuentra perfectamente representado en The Brutalism Appreciation Society, una página de Facebook con casi 50.000 miembros.
La exposición del MoMA podría incluirse, en cierta manera, en esta corriente que, de algún modo, reivindica el papel del brutalismo en la historia de la arquitectura del siglo XX. Dicha exposición, que consta de más de 400 dibujos, modelos, fotografías y rollos de películas obtenidos y seleccionados de fondos familiares, municipales y museísticos de la antigua Yugoslavia (de la que surgieron las actuales Croacia, Eslovenia, Macedonia, Serbia, Montenegro y Bosnia-Herzegovina), permite explorar cómo el brutalismo, fundamentado sobre el uso del hormigón y la experimentación tecnológica, impactó sobre la urbanización a gran escala y sobre la arquitectura cotidiana en un país como la Yugoslavia de Tito.