Toda ciudad viva tiene continuamente un debate abierto: el del urbanismo. La ciudad es una especie muy especial de ser vivo y como ser vivo que es se encuentra siempre en continua transformación. Teniendo en cuanta que cada etapa de la vida de un ser vivo impone sus propias exigencias y sus propias necesidades vitales, también cada etapa de la vida de la ciudad plantea sus exigencias.
La obligación de las autoridades municipales de la ciudad es intentar dar respuesta a las exigencias que la ciudad, ese ser vivo en continua transformación, plantee. Un ejemplo: cuando las murallas romanas de la vieja Barcino se mostraron insuficientes para proteger una ciudad que, creciendo, ya las había sobrepasado, la máxima autoridad municipal de la época, el Consell de Cent, se encargó de la construcción de una nueva muralla que establecía un nuevo perímetro para la ciudad. Otro: cuando se vio que la tercera muralla se mostraba insuficiente para contener en su interior una Barcelona en pujante crecimiento y se vio que ésta iba a expandirse más allá de ellas hasta alcanzar los límites de otros municipios vecinos (lo que hoy son los actuales barrios de Gràcia, Sants, Les Corts, Hostafrancs, etc.), las autoridades de la época buscaron racionalizar dicho crecimiento y buscaron la implantación de un modelo urbanístico. Tras dicha voluntad se encuentra la aprobación del llamado plan Cerdà, el responsable original de lo que se conoce como Eixample (Ensanche), esa cuadrícula de “manzanas de edificios” con “chaflanes” de 45º para permitir una mayor visibilidad en los cruces que caracteriza el mapa urbano de Barcelona y que lo hace perfectamente reconocible a los ojos de todo el mundo.
Ahora, tantos años después de su aprobación (adulterada aprobación, pues, como se sabe, la idea original de Ildefons Cerdà fue sometida a múltiples transformaciones), el Ayuntamiento de Barcelona se ha propuesto reorganizar el mapa urbano de Barcelona aplicando en determinadas zonas de la ciudad lo que se conoce como “supermanzanas”.
Una supermanzana sería, resumiendo, la suma inclusiva de varias manzanas en una nueva célula urbana de unos 400 por 400 metros. En el interior de dichas supermanzanas se procuraría reducir al máximo el tráfico monitorizado y el aparcamiento de vehículos en superficie con la finalidad de dar máxima preferencia de movilidad a los peatones dentro del espacio público. El trafico motorizado de paso se desviaría a las vías perimetrales de la supermanzana y las calles interiores se reservarían a los peatones y, ateniéndose a una reglamentación especial y a unas circunstancias especiales, a ciertos vehículos entre los que encontraríamos los de carga y descarga, servicios, emergencias y los de los residentes dentro de la supermanzana. Todos estos vehículos sólo podrían circular, por el interior de dichas supermanzanas, a una velocidad máxima de 10 kilómetros por hora.
La idea de la supermanzana, que el equipo de la alcaldesa Colau ha decidido aplicar, de entrada, en el barrio del Poblenou (en septiembre entrará en funcionamiento una supermanzana delimitada por las calles Badajoz, Pallars, Llacuna y Tánger), no es nueva. Ya se ha aplicado en determinados barrios de localidades como Vitoria-Gasteiz, A Coruña, Ferrol, El Prat de Llobregat o Viladecans. De hecho, en la misma Barcelona ya se ha aplicado en el barrio de Gràcia. La novedad propuesta por el Ayuntamiento Barcelonés dirigido por Colau es, pues, que, por vez primera, la idea de la supermanzana intenta aplicarse en el Eixample.
La implantación de la referida supermanzana se realiza con carácter experimental. Conscientes de que una medida de este calado, que busca introducir una serie de cambios más o menos radicales en la manera de vivir la ciudad y sus barrios y de usarlos, tendrá sin duda un impacto decisivo sobre la movilidad, las autoridades del Ayuntamiento de Barcelona intentarán evaluar los costes y réditos de esta medida para plantearse la posibilidad o no de aplicarla en otras zonas de la ciudad.
La estrategia global del Ayuntamiento de Barcelona está orientada a conseguir que las supermanzanas triunfen para, de ese modo, impulsar, según se destaca en el propio Ayuntamiento, un nuevo modelo de ciudad. Con la implantación de las supermanzanas se persigue una reducción de los niveles de contaminación y del ruido ambiental, combatir la escasez de espacios verdes y, de paso, no sólo reducir los índices de accidentalidad viaria, sino también luchar contra el sedentarismo de buena parte de la sociedad barcelonesa.
La implantación de esta supermanzana en el Poble Nou viene acompañada de un proyecto llevado a cabo por la Confederación de Talleres de Proyectos de Arquitectura. Dicha Confederación, integrada por varias escuelas de arquitectura tanto de Barcelona como de Cataluña, implementarán entre el 5 y el 22 de septiembre una serie de ideas destinadas a fomentar la recuperación del espacio público para la ciudadanía. Algunas de estas ideas se aplicarán en la referida supermanzana del Poble Nou. Todas ellas deberán ir en pro de la cultura, el ocio, la participación y el intercambio en el espacio público.
La inversión inicial destinada a la implantación de supermanzanas está presupuestada en 10 millones de euros y la idea original es construir al menos cinco de ellas, en distintos distritos de la ciudad, antes de 2019.