En las últimas décadas, las ciudades han experimentado un crecimiento acelerado, lo que ha llevado a una crisis en la vivienda y a la necesidad de soluciones innovadoras. Una de estas soluciones es el concepto de viviendas sin cocina, que ha comenzado a ganar atención en el ámbito arquitectónico y social. Aunque a primera vista puede parecer una idea radical, este enfoque puede abordar varios problemas contemporáneos, como la falta de espacio, la convivencia urbana y, sobre todo, la sociabilidad entre residentes.

La idea de construir pisos sin cocina no significa que los habitantes se vean privados de la posibilidad de preparar alimentos. Por el contrario, se propone la creación de espacios compartidos y comunitarios, como cocinas colectivas, que fomenten la interacción entre los vecinos. Este modelo tiene el potencial de transformar la forma en que vivimos, promoviendo una mayor cohesión social y un sentido de comunidad.

En este artículo vamos a hablarte de las viviendas sin cocina y de cómo las viviendas comunitarias se pueden convertir en una solución a la escasez de espacio habitable y a la soledad y el aislamiento social que muchas personas experimentan en las grandes ciudades, así como una oportunidad original y muy efectiva para incorporar la sostenibilidad en la vida urbana.

Finalmente, comentaremos la propuesta de viviendas sin cocina de la arquitecta Anna Puigjaner, que hace ya unos años le valió algún que otro premio de arquitectura.

Viviendas sin cocina

Impacto social de las viviendas sin cocina

Uno de los mayores desafíos que enfrentan las ciudades modernas es la escasez de espacio habitable. A medida que la población urbana sigue creciendo, muchas personas se ven obligadas a vivir en apartamentos pequeños, donde cada metro cuadrado cuenta. La eliminación de las cocinas privadas de los apartamentos podría liberar espacio valioso, permitiendo el diseño de unidades de vivienda más eficientes y accesibles. Esto podría ser particularmente beneficioso en áreas con alta densidad de población, donde el espacio es un recurso limitado.

Además, las viviendas sin cocina pueden abordar el problema de la soledad y el aislamiento social que muchas personas experimentan en las grandes ciudades. Al fomentar la creación de cocinas comunitarias, se promueve la interacción diaria entre los residentes. Estas áreas comunes pueden convertirse en puntos de encuentro donde las personas no solo preparen sus comidas, sino que también compartan experiencias, recetas y tradiciones culinarias. Este tipo de convivencia puede ayudar a crear lazos más fuertes entre los vecinos, favoreciendo un entorno de apoyo mutuo y colaboración.

El diseño de espacios compartidos también puede ser una oportunidad para incorporar la sostenibilidad en la vida urbana y para reducir el consumo energético en el hogar. Al centralizar la preparación de alimentos, se pueden optimizar recursos como el agua y la electricidad. Además, estas cocinas comunitarias pueden incluir la utilización de productos locales y de temporada, promoviendo hábitos alimenticios más saludables y sostenibles. También se puede incentivar el uso de ingredientes frescos y la reducción del desperdicio de alimentos, lo que beneficiaría no solo a los individuos, sino a la comunidad en su conjunto.

Otro aspecto importante a considerar es el impacto que las viviendas sin cocina pueden tener en la diversidad cultural y gastronómica de una comunidad. En un entorno donde coexisten personas de diferentes orígenes y culturas, las cocinas compartidas pueden convertirse en espacios de intercambio cultural. Los residentes pueden compartir sus tradiciones culinarias, lo que no solo enriquece la experiencia gastronómica de cada uno, sino que también promueve el entendimiento y el respeto entre diferentes culturas.

Sin embargo, la implementación de este tipo de viviendas no está exenta de desafíos. Es fundamental garantizar que las cocinas compartidas sean accesibles, seguras y estén bien equipadas para satisfacer las necesidades de todos los residentes. También es importante establecer normas y pautas que fomenten la limpieza y el respeto en el uso de estos espacios comunes. La gestión adecuada de estas áreas será clave para el éxito de este modelo de vivienda.

Cocinas comunitarias

Vivir en comunidad: evolución de las viviendas colectivas

A lo largo de la historia, las viviendas colectivas han sido un reflejo de las necesidades sociales, económicas y culturales de las comunidades. Desde las antiguas aldeas hasta los modernos apartamentos en las grandes ciudades, el concepto de vivienda colectiva ha evolucionado significativamente, adaptándose a los cambios en la estructura social y en las dinámicas urbanas.

En las sociedades prehistóricas, las viviendas colectivas eran esenciales para la supervivencia. Grupos humanos nómadas se organizaban en comunidades que construían refugios conjuntos, como las cuevas o las chozas, donde compartían recursos y protección. Con el tiempo, las aldeas comenzaron a formarse, y las viviendas se agruparon en torno a un espacio común, lo que permitió una mayor colaboración en la caza, la recolección y, posteriormente, la agricultura.

Con el advenimiento de la civilización, las ciudades comenzaron a surgir, y con ellas, las primeras formas de viviendas colectivas organizadas. En la antigua Grecia, por ejemplo, existían las “agoras”, espacios públicos donde se reunían los ciudadanos, y se desarrollaron las “preferencias habitacionales” que fomentaban la convivencia. En la Roma antigua, las insulae, edificios de varios pisos, ofrecían alojamiento a un gran número de personas, aunque las condiciones eran a menudo precarias.

Durante la Edad Media, las viviendas colectivas adoptaron formas distintas. Los castillos y conventos se convirtieron en lugares de refugio y convivencia. En las ciudades, los barrios se estructuraron en torno a plazas y mercados, donde la vida comunitaria prosperaba. A medida que avanzaba la Edad Moderna, la Revolución Industrial trajo consigo una transformación radical. Miles de personas se trasladaron a las ciudades en busca de trabajo, lo que provocó un auge en la construcción de viviendas colectivas, como los edificios de apartamentos y las fábricas que incluían alojamiento para los trabajadores.

Sin embargo, estas viviendas a menudo eran insalubres y hacinadas. La falta de planificación urbana y las condiciones de vida deficientes llevaron a movimientos sociales que exigían mejoras. En respuesta, surgieron iniciativas de vivienda social a finales del siglo XIX y principios del XX, promoviendo modelos de vivienda colectiva más dignos y saludables. Se construyeron conjuntos habitacionales con servicios básicos y espacios comunes, pensados para fomentar la comunidad y el bienestar de sus residentes.

El siglo XX también fue testigo de la aparición de movimientos arquitectónicos que buscaban redefinir el concepto de vivienda colectiva. El movimiento Modernista, liderado por arquitectos como Le Corbusier, propuso viviendas funcionalistas y de alta densidad que priorizaban la luz y la ventilación. Estos diseños sentaron las bases para los desarrollos de vivienda colectiva del siglo XXI.

A partir de la segunda mitad del siglo XX, el concepto de viviendas colectivas se expandió aún más. Los modelos de co-housing y cooperativas de vivienda comenzaron a ganar popularidad, promoviendo la idea de vivir de manera más sostenible y colaborativa. Estas iniciativas permiten a los residentes compartir espacios y recursos, fomentando la interacción social y reduciendo el impacto ambiental.

Hoy en día, el desarrollo de viviendas colectivas enfrenta nuevos desafíos. La urbanización creciente y la crisis de la vivienda en muchas ciudades del mundo hacen que la necesidad de soluciones habitacionales inclusivas y accesibles sea más urgente que nunca. Proyectos innovadores están surgiendo, como edificios ecológicos y comunidades intencionales que buscan integrar la sostenibilidad y la cohesión social.

Viviendas comunitarias

Las viviendas sin cocina de Anna Puigjaner

Anna Puigjaner es una arquitecta española. Co-fundadora del estudio MAIO, el nombre de Puigjaner saltó a las páginas de la prensa especializada en arquitectura hace algunos años. ¿El motivo? La arquitecta catalana había sido premiada por la Universidad de Harvard con el Wheelwright Prize 2016, un premio de 100.000 dólares por un proyecto de investigación sobre viviendas colectivas. Ese premio le permitió estudiar diferentes casos de viviendas comunitarias construidas en Brasil, China, Corea, India, Rusia o Suecia. El cómo se organizan y distribuyen los espacios domésticos en las viviendas colectivas existentes en dichos países centróla atención y el estudio de una profesional de la arquitectura que, en su proyecto, lanzaba una idea revolucionaria: la de la construcción de viviendas sin cocina.

La arquitecta catalana, que había centrado su tesis doctoral en el estudio del hotel neoyorquino Waldorf Astoria y en la construcción de una historia de la arquitectura neoyorquina a caballo de los siglos XIX y XX, ha recordado en alguna entrevista la existencia de cocinas colectivas con cocinero en los edificios de la Nueva York de finales del siglo XXI.

Que las viviendas en aquel tiempo estuvieran equipadas en su mayor parte con una pequeña cocina no impedía que los vecinos del edificio se sirvieran del servicio colectivo de cocina. El que este modelo fuera copiado por la Rusia comunista hizo que el concepto de este tipo de construcción y organización del servicio doméstico se politizara y quedara asociado a la idea de una arquitectura de carácter comunista.

Fue entonces cuando, en Nueva York, se empezó a potenciar la vivienda con cocina propia y cuando la publicidad que invitaba a la gente a comprar su propia cocina para la vivienda empezó a multiplicarse. De esa manera, la ciudad que ha simbolizado como ninguna otra la sociedad capitalista se distanciaba de lo que el “Stroikom”, el Comité para la Edificación de la URSS, había diseñado para, en la Unión Soviética, construir edificios para vida en comuna y con amplios espacios compartidos para que se estimulara “el crecimiento social del individuo dentro de los cauces de la colectividad”.

La defensa que de la externalización de los trabajos domésticos hizo Anna Puigjaner en su proyecto (esos trabajos serían realizados por profesionales) no parece tener demasiado predicamento en los barrios populares o entre buena parte de la clase media. Los gastos que sin duda supondría la externalización de los servicios serían demasiado elevados como para que este modelo de vivienda sin cocina se impusiera en nuestra ciudad y en las ciudades de su entorno. Y, sin embargo, hay lugares del mundo en los que múltiples servicios, incluyendo el de la cocina, están externalizados en determinadas comunidades.

Puigjaner cita el caso de algunos lugares de Canadá. En estos, lo que a finales de los noventa empezó siendo la iniciativa de tres mujeres que deseaban reducir costes se acabó convirtiendo en lo que ahora es: alrededor de 1.500 cocinas colectivas a las que aquellas personas que quieran beneficiarse de sus servicios se puede afiliar pagando una cuota. En algunas de estas cocinas colectivas se encargan de cocinar los propios socios; en otras, cocina un profesional.

Una de las críticas que se ha presentado a esta propuesta es la preocupación por la privacidad y el deseo de cada individuo de tener su propio espacio. Sin embargo, Puigjaner ha respondido a estas inquietudes afirmando que la personalización aún puede ser parte del diseño. Los apartamentos pueden incluir áreas adicionales que permitan a los inquilinos almacenar y preparar alimentos de manera independiente, aunque sin una cocina tradicional. Esto podría incluir soluciones como mini refrigeradores, microondas y pequeños espacios de almacenamiento.

En conclusión, los apartamentos sin cocina de Anna Puigjaner son una propuesta que desafía las normas tradicionales de diseño arquitectónico y de vida urbana. A través de una visión innovadora y colaborativa, Puigjaner nos invita a reevaluar la importancia de la cocina en nuestros espacios vitales y a considerar cómo la vida comunitaria puede enriquecer nuestras experiencias diarias. Aunque aún hay mucho debate sobre la viabilidad y aceptación de esta propuesta, no cabe duda de que plantea preguntas importantes sobre el futuro de la vivienda y la convivencia en nuestras ciudades.

Anna Puigjaner